martes, 1 de mayo de 2012

La Necesidad del Evangelio



"… no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16).
 El evangelio es "poder de Dios para salvación".  La afirmación la hace el apóstol Pablo en su carta a los Romanos, en el capítulo 1:16, para disuadir a quienes pensaban que él no había ido a Roma a predicar el evangelio porque albergaba algún temor de visitar aquella gran ciudad, capital del imperio romano.  Si bien esa gran ciudad estaría plagada de los poderosos de este mundo, los sabios y entendidos, los filósofos e intelectuales, los religiosos e idólatras y el mismo imperio romano, era, sin duda, poderosa.
 No obstante, el apóstol vivía confiado en que el poder de Dios le sostenía y que él mismo como "siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios", era portador del mensaje dirigido por Dios a los hombres para salvación, por lo cual el temor o la vergüenza no correspondían con su fe y llamamiento, pues, estaba plenamente persuadido de que el evangelio es el "poder de Dios para salvación a todo aquel que cree".  Permítame recordarle que este evangelio es, en esencia, Jesucristo, su persona y obra.
 En relación a la declaración del apóstol Pablo antes citada, podemos agregar que el evangelio es el único medio por el cual el hombre pecador puede ser salvo.  Con reverencia decimos que Dios no tiene otro recurso para obrar la salvación de los pecadores.  ¿Estamos limitando a Dios?  No.  ¡Dios nos libre!  Sin embargo, el Dios Todopoderoso y Soberano -para quien nada es imposible- y quien hace todas las cosas conforme al designio de su voluntad, no puede salvar al hombre pecador por otro medio que no sea la fe en el Señor Jesucristo, único medio establecido desde la eternidad para la salvación de los pecadores.
El poder y la voluntad de Dios hacen del evangelio el único medio efectivo para salvar a los pecadores.  El apóstol Pedro dijo a los judíos que rechazaron a Jesús: "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos.4:12).
 Alguien dirá: "Pero, ¿acaso no van al cielo las personas buenas que están consagradas, practican las grandes religiones y adoran en los templos?  ¿No basta con que el hombre tenga una buena conducta, que deje los vicios, que no haga lo malo y que haga lo bueno?  ¿No adoramos todos al mismo Dios, llámese como se llame?"  La respuesta es negativa: ¡no!
 Permítame contestarle que si el asunto de la salvación del hombre pecador dependiera de los medios que él, en sus tinieblas, presume sean obras merecedoras del favor de Dios, si la salvación misma fuera alcanzada por instancias humanas, si Dios en alguna manera estuviera obligado o quedara comprometido a otorgar salvación a los hombres cuando éstos hacen algo de su propia inventiva con el objeto de agradarle y hacerse acreedores de su favor, basados en su justicia propia y para su gloria personal, entonces, el hombre podría jactarse de que la salvación ha sido conquistada por él; y, sencillamente, no es así, porque la salvación, en sentido absoluto, es la obra de Dios.
 Lo cierto es que "hay camino que al hombre parece derecho, pero al final es camino de muerte" (Proverbios 14:12).  En el mundo pecador siempre ha habido criterios diversos en cuanto a cómo y dónde adorar a Dios.  En tiempos de Jesús no fué diferente.  La mujer samaritana le dijo a Jesús: "Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar en donde se debe adorar" (Juan 4:20).
 ¡Escuche!  Ninguna diferencia hace la forma o el lugar de adoración si los adoradores no adoran de la manera que Dios Padre busca ser adorado.  "Vosotros adoráis lo que no sabéis" (v.22a).  Estas palabras, de la respuesta de Jesús a la mujer samaritana, se pueden aplicar perfectamente a todos aquellos que pretenden adorar a Dios siguiendo sus propios criterios y sometiéndose a mandamientos de hombres mientras permanecen muertos en sus delitos y pecados y se hallan en total desacuerdo con las instrucciones bíblicas respecto a la adoración. "…Los que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad" (v.24), le dijo el Señor a la samaritana.
Podemos notar que aquella mujer (y los samaritanos) tenía la espectativa -por el anuncio profético- de la venida del Mesías, el Cristo; confiaba en que cuando viniera les declararía todas las cosas (v.25).  Sin embargo, tenía al Mesías de frente; mas, no le reconoció ni creyó en él sino hasta que el mismo Señor se reveló a ella.  ¡Cuántas personas en este tiempo hablan profusamente respecto a la segunda venida de Cristo mientras a la vez rechazan el evangelio de la gracia de Dios!
 ¡Cuántas religiones hay en el mundo!  ¡Cuánta idolatría! ¡Cuánta confusión!  Pero Dios sigue en su plan de que el evangelio de Jesucristo sea predicado en todo el mundo, a toda criatura, a todas las naciones, y entonces vendrá el fin, "cuando será revelado el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tesalonicenses 1:7,8).  También "cuando venga" será "para ser glorificado en aquel día en sus santos y ser admirado de todos los que creyeron" (v.10).
 "El mensaje de la cruz –el evangelio- es locura a los que se están perdiendo; pero para nosotros que somos salvos, es poder de Dios" (1 Corintios 1:18).  Este mensaje jamás fue idea de pecador alguno, no importa cuan encumbrado esté.  Esta es la sabiduría oculta que los magnates de este mundo (los sabios y entendidos) no alcanzan descifrar porque los de su época, creyendo agradar a Dios, crucificaron al Señor de la gloria.  El pecador razona; y, en su vano razonamiento sólo llega a darle forma a sus ideas y adorar a sus propios ídolos, pero no puede entender las cosas espirituales porque está muerto en delitos y pecados; en tal condición no puede dar crédito al mensaje de la salvación por gracia en Cristo.
 Estas son las "cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre"; sólo si el Espíritu de Dios se las revela las podrá entender.  Dios continúa ofreciendo al hombre el único medio por él establecido para la salvación.  Jesús, el Salvador de los pecadores, continúa llamando a los pecadores a través de su Palabra y de sus ministros, diciendo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por medio de mí" (Juan 14:6).  Dice también: "Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8:12).  Citamos, además, a Juan 10:9 en donde Jesús declara: "Yo soy la puerta; el que entre por medio de mí, será salvo".
 Para establecer este medio único para la salvación, le fue necesario a Dios Padre entregar a su Hijo.  Jesús fué "entregado por el determinado designio y previo conocimiento de Dios" (Hechos 2:23).  Le fue necesario al Hijo de Dios despojarse a sí mismo, humillarse a sí mismo hasta la condición de hombre y hasta la muerte ignominiosa de la cruz para que ese camino nuevo y vivo quedará abierto.  En varias ocasiones, Jesús dijo a sus discípulos que le era necesario padecer, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día para que ese único medio de salvación quedara establecido (véa Mateo 16:21-28; Marcos 8:31 y Lucas 9:22-27).
 Luego de resucitar, el Señor le dijo a los discípulos que iban camino a Emaús: "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?… Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos… Así era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones" (Lucas 24:26,44,47).
 Para identificarse con los pecadores a quienes vino a salvar, le fue necesario a Jesús ser bautizado por Juan el Bautista en el Jordán.  Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento.  Al ver a Jesús, dijo: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".  Luego lo vió que venía hacia él para ser bautizado y Juan se le opuso; entendía que él debería ser bautizado por Jesús, no lo contrario.  Pero, Jesús le dijo: "Permítelo ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia" (Mateo 3:15).
Como nuestro Sustituto en la cruz, como Aquel que venía a dar su vida en rescate por muchos, como Aquel en quien Jehová cargó el pecado de todos nosotros, le era necesario identificarse con nosotros como si fuera pecador.  Para dejar inaugurado este único camino al cielo, le fue necesario al Santo Hijo de Dios padecer desde que inició su ministerio terrenal en su bautismo a través de la tentación de Satanás, las tentaciones comunes a todos los hombres, la contradicción de hombres pecadores contra sí mismo, el ser perfeccionado por los padecimientos, el rechazo de los suyos y el sufrir la muerte de cruz.  Él lo logró y, así, nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de su carne.
 La necesidad del evangelio se hace imperiosa debido a las demandas espirituales que Dios exige del hombre: demandas que el hombre pecador no puede satisfacer.  A causa de la santidad de Dios y de la natural condición pecaminosa del hombre, el hombre no puede allegarse a Dios sin arrepentimiento.  La condición natural del hombre queda expresada en las palabras del salmista David en el Salmo 51:5: "Mira que en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre".
 Siendo pecadores por naturaleza, el hombre está muerto espiritualmente.  La sentencia divina es:  "El alma que peque, ésa morirá" (Ezequiel 18:4); la razón divina: "Porque la paga del pecado es muerte…" (Romanos 6:23).  El problema se enfoca así: "He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha endurecido su oído para oir; pero vuestras iniquidades han hecho separación entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no escucharos" (Isaías 59:1,2).
 Debido a su condición pecadora, el hombre necesita el arrepentimiento; Dios lo exige: "Si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lucas 13:5).  ¿Está el hombre consciente de su condición?  El hombre puede distinguir el bien del mal, pero no puede hacer el bien que debe ni dejar de hacer el mal que no debe porque es esclavo del pecado.  Algunos, al ser confrontados con la Palabra, cuando se les presenta la demanda de Dios del arrepentimiento, la rechazan alegando que no tienen de qué arrepentirse, especialmente aquellos que llevan una vida moral o religiosa que les parece adecuada como para librarse del castigo del infierno y merecer la gloria.  El mensaje de Jesús al comenzar su ministerio fue: "Arrepentíos, y creed al evangelio" (Marcos 1:15).  Es el mismo mensaje que hoy te damos aquí.
 Otra demanda espiritual de Dios a los hombres para que puedan entrar en el reino de los cielos es la humildad. "De cierto os digo, si no os volvéis y os hacéis como los niños, de ningún modo entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 18:3).  Lejos de ser humildes, la soberbia es una de las características más evidentes y repugnantes de los humanos.
 Un retrato escrito del carácter y la conducta de los hombres de este tiempo son las palabras de advertencia del apóstol Pablo a Timoteo, en 2 Timoteo 3:1-5: "Y debes saber esto: que en los últimos días vendrán tiempos difíciles.  Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella, a éstos también evita".
 Además de humildad, Dios demanda del hombre justicia interior. Jesús le dijo a sus discípulos: "Porque os digo que si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, de ningún modo entraréis en el reino de Dios" (Mateo 5:20).  Esto, como vemos, fué dicho por el Señor a sus discípulos para conscientizarles de que necesitaban una justicia interior superior a la propia de la cual los escribas y fariseos se jactaban.  Pero, ¿cual es la condición humana, si se puede saber?
 El apóstol Pablo, bajo inspiración del Espíritu Santo, declara: "Como está escrito:  No hay justo, ni aún uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios.  Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno" (Romanos 3:10-12).  Así pues, si creyeras a Dios, buscarías no apoyarte en tu propia justicia, que es a base de la ley, sino en la que es por medio de la fe de Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe.  Debo informarte que "ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él" (Romanos 3:21,22).
 Asi vemos que, según las demandas espirituales de Dios, al hombre le es necesario poseer fe personal en Cristo, ya que la falta de fe en Cristo -lo mismo que la falta de arrepentimiento- es causa de muerte.  Nuestro Señor decía a los judíos: "Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.  Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no créis que yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Juan 8:23,24).
 Dios llama, en su gracia, a los hombres a recibir el alimento espiritual que le es necesario.  "A todos los sedientos: Venid a las aguas; y a los que no tienen dinero: Venid, comprad y comed.  Si, venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis vuestro dinero en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia?  Oidme atentamente, y comed de lo bueno, y se deleitará vuestra alma con lo más sustancioso" (Isaías 55:1,2).  Y en Juan 6:53, 54 leemos:  "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo:  Si no coméis la carne del hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día".
 Las demandas espirituales de Dios al hombre están por encima de su actual capacidad a causa de su condición no regenerada. Por esa razón, sin importar que el hombre particular sea líder religioso o que, incluso, admire las obras de Jesús como las de un profeta enviado por Dios, si ha de hacer las obras de Dios, tal persona necesita nacer de nuevo.  Tal fue la respuesta de Jesús a Nicodeno, hombre importante entre los judíos:  "De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios…De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan.3:5,7).  ¿Comprendes, por fín, la necesidad del evangelio?
 Te mantendrás fuera del reino de Dios mientras rechazes el evangelio.  Mientras lo rechazas no podrás agradar a Dios según sus términos por más que te esfuerces en la practica religiosa que has elegido:  "Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan" (Hebreos 11:6).  

El Evangelio



 Comenzamos por definir esta palabra española, evangelio, que es la traducción que se le da en el Nuevo Testamento a la palabra griega εὐαγγέλιον (evangelion), cuyo significado es buenas nuevas.  En términos generales, buenas nuevas son buenas noticias de asuntos humanos que alegran el corazón del hombre.
 Cuando cayeron los hombres que se habían levantado contra David y fué muerto Absalóm su hijo, Ahimaas, hijo de Sadoc, se ofreció para dar las nuevas (es decir, la noticia) a David de que Jehová había defendido su causa de la mano de sus enemigos. Joab, general del ejército de David, prefirió enviar a un siervo etíope con las nuevas a David, pero Ahimaas insistió y salió corriendo tras el siervo etíope.  En la ciudad, el atalaya ve venir a uno que corría solo, e informó a David, y el rey dijo: "Si viene solo, buenas nuevas trae".
 Mientras se acercaba, el atalaya vió que venía otro hombre, y que también se trataba de un mensajero.  Lo identificó como Ahimaas y se lo informó al rey.  El comentario del rey fue: "Ése es hombre de bien, y viene con buenas nuevas" (2 Samuel 18:19-33).  Las buenas nuevas de la caída de sus enemigos podían alegran el corazón de David, no así las nuevas de la muerte de su hijo Absalón, cuya vida él había tratado de preservar, y se angustió David con la infausta noticia.
 Sin duda, hay noticias sobre asuntos humanos que traen alegría al corazón del hombre.  El proverbista dice que "La buena nueva conforta los huesos" (Proverbios 15:30); que es "como el agua fresca al alma sedienta" (Proverbios 25:25).
 ¡Cuán gratas son las buenas noticias!  Aquellas que nos informan acerca de beneficios que nos han sido otorgados.  Por ejemplo:  ¡Cuán feliz se siente el condenado al recibir la noticia de que por decreto del presidente de la república se le ha otorgado la amnistía!   En última instancia, todo lo que se pueda considerar buenas nuevas tiene que provenir de Dios.  "Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces…" (Santiago 1:17).  
 A través de la historia de la humanidad Dios ha dado buenas nuevas a los hombres.  Cuando solamente se hallaban sobre la tierra la primera pareja, Adán y Eva, y después de haber caído en pecado, Dios, al dictar sentencia dió la buena nueva de que la simiente de la mujer heriría la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15).  Sin duda, ellos creyeron dicho anuncio, porque cuando nació su primer hijo, a quien nombraron Caín, Adán dijo: "Por voluntad de Jehová he adquirido varón" (Génesis 4:1).
 Génesis 3:15 es considerado como la primera tenue profecía de la redención del hombre, el "proto-evangelio" o "la primera proclamación del evangelio".  Evidentemente, está expresado de manera alegórica, pero comunica una verdad sublime.  Dice mucho más que lo que está escrito, predice la victoria final de Cristo sobre Satanás.
 Más adelante, en la historia, Noé recibió la buena nueva de parte de Dios cuando se le anunció la destrucción de toda carne, pero que él y su familia serían salvados en un arca. También se le dijo que Dios establecería un pacto con él.  Noé creyó a Dios, y fue preservado (Hebreos 11:7).  "Por la fe, Noé, cuando fue advertido acerca de cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo, y fue hecho heredero de la justicia que viene por la fe".
 Siguiendo el registro histórico encontramos a Abraham a quien le fueron dadas buenas nuevas cuando Dios le llamó para que le sirviera, se le dijo que tendría un hijo en su vejez; que su descendencia poseería toda la tierra, y que en su simiente serían bendecidas todas las familias de la tierra.   El apóstol Pablo dice en Gálatas 3:8 que éste fue un anuncio anticipado de que Dios había de justificar por la fe a los gentiles: "Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia" (Génesis15:6; Romanos 4:5).
 Luego, encontramos a los israelitas bajo la esclavitud en Egipto.  La buena nueva para ellos fue que Dios había escuchado el clamor de su pueblo, y había descendido para traer liberación a su pueblo por mano de Moisés.  Se nos informa que ellos creyeron las buenas nuevas porque "se inclinaron y adoraron" (Éxodo 4:31).  La noticia de que serían sacados de la esclavitud de Egipto les alegró; pero ésto no era todo: serían además llevados a una tierra prodigiosa, "una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel".  Pero, se nos informa en las Escrituras que aunque recibieron con gozo la noticia de su liberación, la mayoría de ellos no pudo entrar en la tierra prometida "a causa de su desobediencia".
Luego, los profetas del Antiguo Testamento preanunciaban "la buena nueva del reino".  Isaías, libro que algunos llaman "el quinto Evangelio", preanunció, en varios pasajes, el evangelio (buenas nuevas) del reino:  "Acontecerá en lo postrero de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová, como cabeza de los montes, y será exaltado sobre los collados, y correrán a él todas las naciones.  Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos; y caminaremos por sus sendas.  Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (Isaías 2:2-4).
 Dijo Dios a Isaías: "Súbete a un monte alto, tú que anuncias buenas nuevas a Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de buenas nuevas a Jerusalén, levántala, no temas; dí a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí a vuestro Dios!" (Isaías 40:9). Esto ocurría siete siglos antes de la venida de Cristo, y, obviamente, aunque más adelante encontramos la información de que, en último término, estas profecías anunciaban el reinado del Mesías, las mismas eran también referencias a la futura liberación de Israel de la cautividad de Babilonia.  
 Un Redentor vendrá a Sion predicando las buenas nuevas a los mansos y a proclamar libertad a los cautivos (Isaías 61:1-3). "¡Cuán hermosos sobre los montes son los pies del que trae buenas nuevas!" (Isaías 52:7).  "He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz. Celebra, oh Judá, tus fiestas, cumple tus votos; porque nunca más volverá a pasar por tí el malvado; pereció del todo" (Nahúm 1:15).  Desde luego, eran buenas noticias las que se le comunicaban a Israel al anunciarles la liberación de la esclavitud de Babilonia, pero el término Evangelio ha venido a ser –por su connotación y preponderancia en el Nuevo Testamento- algo más que simplemente la buena nueva de que Dios actuaría en gracia y misericordia a favor de una nación en particular.  
 El Evangelio es un mensaje de carácter universal, dirigido "a toda criatura" y "a todas las naciones".   Es el mensaje de que "el reino de Dios se ha acercado" (Marcos 1:15).  Es las buenas nuevas de que Dios ha provisto la redención del hombre.   El Evangelio afirma que la salvación del pecado se obtiene a través de la gracia de Dios ; no se gana por buenas obras ni se otorga en base a los méritos humanos.  Jesús el Mesías vió en las profecías del Antiguo Testamento una descripción de su propia misión.
 Leemos en Lucas 4:16-21:  "Vino a Nazaret, donde se había criado; y en el día de reposo entró a la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer.  Y se le dió el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito:  El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor.  Y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos estaban fijos en él.  Y comenzó a decirles:  Hoy se ha cumplido esta escritura delante de vosotros".  De modo pues, esas profecías expresaban ese mismo sentido de liberación y alabanza que era el verdadero carácter de su proclamación mesiánica.  Asi que, en Cristo hallaban su cumplimiento pleno estas profecías, y nos informa el Evangelio según Marcos que Jesús vino a Galilea "predicando el evangelio del reino de Dios" (Marcos 1:14).
 La palabra EVANGELIO aparece unas 75 veces en el Nuevo Testamento.  Al examinar los cuatro evangelios encontramos que la palabra εὐαγγέλιον (evangelion) es usada solamente por Mateo y Marcos.  Sin embargo, el concepto no es ajeno a Lucas, quien usa la forma verbal unas 26 veces, y el sustantivo dos veces en el libro de los Hechos de los Apóstoles.  Juan, por su parte, no usa la palabra ni la forma verbal.  Casi siempre Mateo describe el evangelio como "el Evangelio del reino".  
 Desde luego, no se trata sino del mismo evangelio que Marcos llama "el Evangelio de Dios" o "Evangelio del reino de Dios", y que resume en las palabras: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado".  En Mateo 26:13 nuestro Señor se refirió a "este evangelio", y el contexto indica que estaba haciendo alusión a su muerte que se aproximaba.  El ministerio de Jesús podía ser resumido en las palabras de Mateo 4:35 y 9:35 así: "predicando el evangelio del reino".  Este evangelio del reino ha de ser "predicado en todo el mundo, y entonces vendrá el fin" (Mateo 24:14). 
 Marcos usa la palabra εὐαγγέλιον (evangelion) significando "las buenas noticias que hablan de Jesucristo" cuando al iniciar su evangelio escribe: "Principio del evangelio de Jesucristo, el Hijo de Dios" (Marcos 1:1).  El evangelio y el reino de Dios son sinónimos (Marcos 10:29 y Lucas 18:29).  Este evangelio es de tal importancia que por su causa el hombre debe estar deseoso de entrar en una vida de auto negación.  "Pues cualquiera que desee salvar su vida , la perderá; pero cualquiera que haya de perder la vida por causa de mí y del evangelio, la salvará" (Marcos 8:35).
 Después de su resurrección, nuestro Señor Jesucristo ordenó a sus discípulos: "Id por todo el mundo y proclamad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16:15).  Aunque este evangelio fue rechazado mayoritariamente por los judíos, a pesar de las evidencias de que Dios hablaba y actuaba a través de su Hijo, el Señor reunió a su alrededor a una "manada pequeña" de discípulos, que vinieron a ser el núcleo de la Iglesia en Pentecostés.  Aquel día, y desde entonces, la predicación fue acerca de Jesús y del perdón de pecados por su muerte.  Ese es "el evangelio de la gracia de Dios" (Hechos 20:24).  Y estaba dirigido a toda la humanidad.
 A Pablo le fue revelado "el evangelio de la gloria de Cristo" y le fue encomendado "el glorioso evangelio del Dios bendito"
(1 Corintios 4:4; 1 Timoteo 1:11).  Este ministerio le fue dado al apóstol Pablo de un modo tan peculiar que él lo llama: "mi evangelio" (2 Timoteo 2:8).  Abarcaba más que la salvación, por magno que sea este hecho, porque Pablo estaba deseoso de dar a conocer "el misterio del evangelio", que separa a los creyentes de Adán y los une a Cristo.  
 El apóstol Pablo usa la palabra εὐαγγέλιον (evangelion) unas sesenta veces en sus cartas.  Su ministerio fue distintivamente la proclamación del evangelio.  Según lo expresa en Romanos 1:1, fué "apartado para el evangelio", y fue "hecho ministro por el don de la gracia de Dios" (Efesios 3:7).  Fue llamado especialmente "para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable , santificada por el Espíritu santo" (Romanos 15:16).  Se le había confiado el evangelio de la incircuncisión (los gentiles) como a Pedro el de la circuncisión (los judíos) (Gálatas 2:7).
 Él aceptó el evangelio como un depósito sagrado, lo recibió "no de hombre sino por revelación de Jesucristo" (Gálatas 2:11,12), y, por tanto, su urgencia al comunicar el evangelio era tal que en cierta ocasión exclamó: "¡Ay de mí si no predico el evangelio" (1 Corintios 9:16).  Por causa del evangelio estaba dispuesto a la abnegación; a todos se hizo de todo con el fin de ganar a algunos.  Creía firmemente que quienes desobedecían al evangelio perecerían, y que, para los que creían, el evangelio había llegado a ser efectivamente el "poder de Dios para la salvación" (Romanos 1:17).
 Para el apóstol Pablo, el εὐαγγέλιον (evangelion) es preeminentemente "el evangelio de Dios" (Romanos 1:1; 15:16; 2 Corintios 11:7 y
1 Tesalonicenses 2:2,8,9).  Proclama la actividad redentora de Dios mediante la persona y obra del Hijo de Dios, Cristo Jesús. Asi también es "el evangelio de Cristo", el cual define en diversas formas como "el evangelio de nuestro Señor Jesucristo" (2 Tesalonicenses 1:18), "el evangelio de la gloria del Dios bendito" (1 Timoteo 1:11), "el evangelio de su Hijo" (Romanos 1:9), y "el evangelio de la gloria de Cristo" (2 Corintios 4:4).
 Es "la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación"
(Efesios 1:13).  Es "el evangelio de la paz" (Efesios 6:15).  Proclama "la esperanza de la vida eterna" (Colosenses 1:23).  A través de este evangelio son traídas a la luz "la vida y la inmortalidad" (2 Timoteo 1:10).  El apóstol Pablo resume así el mensaje del evangelio en 1 Corintios 15:3-4: 
"Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó, conforme a las Escrituras".
 El mensaje apostólico contenía una proclamación histórica de la muerte, resurrección y exaltación de Jesús, presentada ésta como el cumplimiento de la profecía e incluía la responsabilidad del hombre.  Era una evaluación teológica de la persona de Jesús como Señor y Cristo, y un llamado al arrepentimiento y a recibir el perdón de pecados.  El evangelio es el "poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree" (Romanos 1:16).  Como instrumento del Espíritu santo, el evangelio convence.
 Los apóstoles fueron apresados, pero "la palabra de Dios no está presa" (2 Timoteo 2:9), el evangelio no puede ser apresado.  A pesar de ser buenas nuevas, no obstante, recibe la oposición de un mundo rebelde.  Dice el apóstol Pablo en
1 Tesalonicenses 2:2: "tuvimos denuedo en nuestro Dios para anunciaros el evangelio en medio de gran oposición".  
Muchas veces la oposición al mensaje se manifiesta como oposición al mensajero.  Sin embargo, quienes proclamamos el evangelio debemos ser osados y sencillos, no confiando en la elocuencia, para no hacer vana la cruz de Cristo.  Para los que se pierden, el evangelio es necedad y piedra de tropiezo; pero para los que se salvan, el evangelio es poder de Dios.

El Llamamiento de Dios


"Porque muchos son llamados, y pocos escogidos."
   (Mateo 22:1-14).
Por “llamamiento” entendemos la obra de Dios Todopoderoso, citando al hombre mediante su palabra y atrayéndole con su poder, con el objeto de que de pura gracia participe y goce de los beneficios de la redención obrada por Cristo en la cruz del Calvario. La palabra griega traducida llamamiento (o vocación) es “kaleo”, que significa citar o invitar. Este citar o invitar se hace efectivo por la eficacia de la palabra de Dios Soberano, como podemos ver en Isaías 55:10,11:
“Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que realizará lo que me place, y cumplirá aquello para que la envié.”
 El poder creativo de la palabra de Dios se observa en Génesis 1:3: “y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Esta es una de las doctrinas fundamentales de nuestra fe, según Hebreos 11:3: “Por la fe entendemos que el universo fue enteramente organizado por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de cosas no visibles”. De la misma manera que Dios mediante su palabra creó todas las cosas, así también por medio de su llamamiento Él produce en los llamados la respuesta que la citación requiere.
 En el Antiguo Testamento se narra la historia del pueblo de Israel, al cual Dios llamó fuera del paganismo, comenzando con la persona de Abraham y su descendencia. Esta familia entró a Egipto y, más adelante, cuando creció en número de personas como un pueblo y comenzaron a ser abusados por Faraón y los egipcios, Dios los sacó de la esclavitud de Egipto, los llamó para que fueran su pueblo, para que le sirvieran y gozaran de su libre gracia para siempre.
 Además, ciertos individuos fueron llamados o ungidos por Dios con un propósito específico siempre en conexión con el destino corporativo de Israel, como lo fue Ciro, de quien se dice en Isaías 45:4,5 que no conoció a Dios: “Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre; te puse sobrenombre, aunque no me conociste...yo te ceñí, aunque tú no me conociste”. Aún así, se le llamó “pastor”, “siervo” o “ungido” de Dios, uno que ejecutaría la voluntad de Dios.
 En el Antiguo Testamento, el concepto llamamiento significa una disposición de acontecimientos y destinos mediante los cuales Dios ejecuta sus propósitos. Para el profeta, los llamamientos de Dios expresan determinaciones incondicionales e irreversibles, que de ninguna manera pueden ser frustradas, son el ejercicio de la voluntad soberana de Dios, la ejecución de sus planes eternos. Romanos 11:29 nos dice: ”Porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables”.
 En el Nuevo Testamento, el concepto “llamamiento” tiene que ver con la forma en que Dios se acerca al individuo. En los evangelios sinópticos y en Hechos de los Apóstoles el término usado denota el llamado o citación verbal de Dios para llevar al hombre al arrepentimiento. Este llamado al arrepentimiento es hecho por Cristo o por sus siervos en su nombre. Se llama al hombre a arrepentirse, a creer al evangelio, a la salvación y al servicio. La promesa del perdón de pecados y el don del Espíritu Santo es “para cuantos el Señor nuestro Dios llame” (Hechos 2:39).
 Mateo 22:14 dice: “Porque muchos son llamados, y pocos escogidos”. Los “escogidos” son aquellos que responden al llamado o citación por la acción soberana de Dios que asegura invariablemente una respuesta positiva. Dios, eficazmente mediante su llamamiento hace surgir de manera efectiva la fe por medio del evangelio y la operación secreta del Espíritu Santo, quien une a los hombres en Cristo, según el propósito de gracia de Dios en su elección.
 También en el Nuevo Testamento los “llamados” son aquellos que han sido objetos de la acción soberana de Dios. El llamamiento es el acto mediante el cual se confieren los beneficios de la redención a quienes estaban ordenados para la salvación. Ahora bien, este llamamiento supremo y celestial a la libertad y la felicidad demanda de los llamados caminar como es digno de él, en santidad, perseverando y esperando pacientemente en el Señor, en paz y desarrollándose en un crecimiento constante.
 Dios está hoy llamando a los hombres al arrepentimiento de sus pecados a través del mensaje del evangelio. Dios envió a su Hijo al mundo a salvar a todo aquel que en él cree. La fe implica el reconocimiento de la condición pecaminosa de la cual el que cree en Cristo ahora se haya consciente y de la cual se haya arrepentido y se aparta por el nuevo principio de santidad que ahora posee por la acción del Espíritu Santo en su vida.
 Apreciado lector: ¿aceptarás en esta ocasión el llamado de Dios al arrepentimiento? Si es así, te saludo fraternalmente en el nombre de Cristo. Tus pecados te son perdonados y has sido declarado justo por la fe en la sangre preciosa de Cristo. Todo ello es obra de Dios, por de Él es la salvación en su totalidad. Ahora has de vivir dando con tu vida y servicio una respuesta agradecida a la bondad y la gracia de Dios.