"… no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios
para salvación a todo aquel que cree" (Romanos 1:16).
El evangelio es "poder de Dios para
salvación". La afirmación la hace el apóstol Pablo en su carta a los
Romanos, en el capítulo 1:16, para disuadir a quienes pensaban que él no había
ido a Roma a predicar el evangelio porque albergaba algún temor de visitar
aquella gran ciudad, capital del imperio romano. Si bien esa gran ciudad
estaría plagada de los poderosos de este mundo, los sabios y entendidos, los
filósofos e intelectuales, los religiosos e idólatras y el mismo imperio
romano, era, sin duda, poderosa.
No obstante, el apóstol vivía confiado en que el
poder de Dios le sostenía y que él mismo como "siervo de Jesucristo,
llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios", era portador
del mensaje dirigido por Dios a los hombres para salvación, por lo cual el
temor o la vergüenza no correspondían con su fe y llamamiento, pues, estaba
plenamente persuadido de que el evangelio es el "poder de Dios para
salvación a todo aquel que cree". Permítame recordarle que este
evangelio es, en esencia, Jesucristo, su persona y obra.
En relación a la declaración del apóstol Pablo antes
citada, podemos agregar que el evangelio es el único medio por el cual el
hombre pecador puede ser salvo. Con reverencia decimos que Dios no tiene
otro recurso para obrar la salvación de los pecadores. ¿Estamos limitando
a Dios? No. ¡Dios nos libre! Sin embargo, el Dios Todopoderoso
y Soberano -para quien nada es imposible- y quien hace todas las cosas conforme
al designio de su voluntad, no puede salvar al hombre pecador por otro medio
que no sea la fe en el Señor Jesucristo, único medio establecido desde la
eternidad para la salvación de los pecadores.
El poder y la voluntad de Dios hacen del evangelio el único
medio efectivo para salvar a los pecadores. El apóstol Pedro dijo a los
judíos que rechazaron a Jesús: "Y en ningún otro hay salvación; porque no
hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser
salvos" (Hechos.4:12).
Alguien dirá: "Pero, ¿acaso no van al cielo las
personas buenas que están consagradas, practican las grandes religiones y
adoran en los templos? ¿No basta con que el hombre tenga una buena
conducta, que deje los vicios, que no haga lo malo y que haga lo bueno?
¿No adoramos todos al mismo Dios, llámese como se llame?" La
respuesta es negativa: ¡no!
Permítame contestarle que si el asunto de la
salvación del hombre pecador dependiera de los medios que él, en sus tinieblas,
presume sean obras merecedoras del favor de Dios, si la salvación misma fuera
alcanzada por instancias humanas, si Dios en alguna manera estuviera obligado o
quedara comprometido a otorgar salvación a los hombres cuando éstos hacen algo
de su propia inventiva con el objeto de agradarle y hacerse acreedores de su
favor, basados en su justicia propia y para su gloria personal, entonces, el
hombre podría jactarse de que la salvación ha sido conquistada por él; y, sencillamente,
no es así, porque la salvación, en sentido absoluto, es la obra de Dios.
Lo cierto es que "hay camino que al hombre
parece derecho, pero al final es camino de muerte" (Proverbios 14:12).
En el mundo pecador siempre ha habido criterios diversos en cuanto a cómo
y dónde adorar a Dios. En tiempos de Jesús no fué diferente. La
mujer samaritana le dijo a Jesús: "Nuestros padres adoraron en este monte,
y vosotros decís que en Jerusalén está el lugar en donde se debe adorar"
(Juan 4:20).
¡Escuche! Ninguna diferencia hace la forma o el
lugar de adoración si los adoradores no adoran de la manera que Dios Padre
busca ser adorado. "Vosotros adoráis lo que no sabéis"
(v.22a). Estas palabras, de la respuesta de Jesús a la mujer samaritana,
se pueden aplicar perfectamente a todos aquellos que pretenden adorar a Dios
siguiendo sus propios criterios y sometiéndose a mandamientos de hombres
mientras permanecen muertos en sus delitos y pecados y se hallan en total
desacuerdo con las instrucciones bíblicas respecto a la adoración. "…Los
que le adoran, es necesario que le adoren en espíritu y en verdad" (v.24),
le dijo el Señor a la samaritana.
Podemos notar que aquella mujer (y los samaritanos) tenía
la espectativa -por el anuncio profético- de la venida del Mesías, el Cristo;
confiaba en que cuando viniera les declararía todas las cosas (v.25). Sin
embargo, tenía al Mesías de frente; mas, no le reconoció ni creyó en él sino
hasta que el mismo Señor se reveló a ella. ¡Cuántas personas en este
tiempo hablan profusamente respecto a la segunda venida de Cristo mientras a la
vez rechazan el evangelio de la gracia de Dios!
¡Cuántas religiones hay en el mundo! ¡Cuánta
idolatría! ¡Cuánta confusión! Pero Dios sigue en su plan de que el
evangelio de Jesucristo sea predicado en todo el mundo, a toda criatura, a
todas las naciones, y entonces vendrá el fin, "cuando será revelado el
Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para
dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de
nuestro Señor Jesucristo" (2 Tesalonicenses 1:7,8). También
"cuando venga" será "para ser glorificado en aquel día en sus
santos y ser admirado de todos los que creyeron" (v.10).
"El mensaje de la cruz –el evangelio- es locura
a los que se están perdiendo; pero para nosotros que somos salvos, es poder de
Dios" (1 Corintios 1:18). Este mensaje jamás fue idea de pecador
alguno, no importa cuan encumbrado esté. Esta es la sabiduría oculta que
los magnates de este mundo (los sabios y entendidos) no alcanzan descifrar
porque los de su época, creyendo agradar a Dios, crucificaron al Señor de la
gloria. El pecador razona; y, en su vano razonamiento sólo llega a darle
forma a sus ideas y adorar a sus propios ídolos, pero no puede entender las
cosas espirituales porque está muerto en delitos y pecados; en tal condición no
puede dar crédito al mensaje de la salvación por gracia en Cristo.
Estas son las "cosas que ojo no vio ni oído oyó
ni han subido al corazón del hombre"; sólo si el Espíritu de Dios se las
revela las podrá entender. Dios continúa ofreciendo al hombre el único
medio por él establecido para la salvación. Jesús, el Salvador de los
pecadores, continúa llamando a los pecadores a través de su Palabra y de sus
ministros, diciendo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene
al Padre, sino por medio de mí" (Juan 14:6). Dice también: "Yo
soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá
la luz de la vida" (Juan 8:12). Citamos, además, a Juan 10:9 en
donde Jesús declara: "Yo soy la puerta; el que entre por medio de mí, será
salvo".
Para establecer este medio único para la salvación,
le fue necesario a Dios Padre entregar a su Hijo. Jesús fué
"entregado por el determinado designio y previo conocimiento de Dios"
(Hechos 2:23). Le fue necesario al Hijo de Dios despojarse a sí mismo,
humillarse a sí mismo hasta la condición de hombre y hasta la muerte
ignominiosa de la cruz para que ese camino nuevo y vivo quedará abierto.
En varias ocasiones, Jesús dijo a sus discípulos que le era necesario
padecer, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día para que ese único
medio de salvación quedara establecido (véa Mateo 16:21-28; Marcos 8:31 y Lucas
9:22-27).
Luego de resucitar, el Señor le dijo a los discípulos
que iban camino a Emaús: "¿No era necesario que el Cristo padeciera estas
cosas, y que entrara en su gloria?… Estas son las palabras que os hablé,
estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está
escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos… Así
era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos al tercer
día; y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados
a todas las naciones" (Lucas 24:26,44,47).
Para identificarse con los pecadores a quienes vino a
salvar, le fue necesario a Jesús ser bautizado por Juan el Bautista en el
Jordán. Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento. Al ver a
Jesús, dijo: "Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo". Luego lo vió que venía hacia él para ser bautizado y Juan se
le opuso; entendía que él debería ser bautizado por Jesús, no lo contrario.
Pero, Jesús le dijo: "Permítelo ahora, porque así conviene que
cumplamos toda justicia" (Mateo 3:15).
Como nuestro Sustituto en la cruz, como Aquel que venía a
dar su vida en rescate por muchos, como Aquel en quien Jehová cargó el pecado
de todos nosotros, le era necesario identificarse con nosotros como si fuera
pecador. Para dejar inaugurado este único camino al cielo, le fue
necesario al Santo Hijo de Dios padecer desde que inició su ministerio terrenal
en su bautismo a través de la tentación de Satanás, las tentaciones comunes a
todos los hombres, la contradicción de hombres pecadores contra sí mismo, el ser
perfeccionado por los padecimientos, el rechazo de los suyos y el sufrir la
muerte de cruz. Él lo logró y, así, nos abrió ese camino nuevo y vivo a
través de su carne.
La necesidad del evangelio se hace imperiosa debido a
las demandas espirituales que Dios exige del hombre: demandas que el hombre
pecador no puede satisfacer. A causa de la santidad de Dios y de la
natural condición pecaminosa del hombre, el hombre no puede allegarse a Dios
sin arrepentimiento. La condición natural del hombre queda expresada en
las palabras del salmista David en el Salmo 51:5: "Mira que en maldad he
sido formado, y en pecado me concibió mi madre".
Siendo pecadores por naturaleza, el hombre está
muerto espiritualmente. La sentencia divina es: "El alma que
peque, ésa morirá" (Ezequiel 18:4); la razón divina: "Porque la paga
del pecado es muerte…" (Romanos 6:23). El problema se enfoca así:
"He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha
endurecido su oído para oir; pero vuestras iniquidades han hecho separación
entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros
su rostro para no escucharos" (Isaías 59:1,2).
Debido a su condición pecadora, el hombre necesita el
arrepentimiento; Dios lo exige: "Si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente" (Lucas 13:5). ¿Está el hombre consciente de su
condición? El hombre puede distinguir el bien del mal, pero no puede
hacer el bien que debe ni dejar de hacer el mal que no debe porque es esclavo
del pecado. Algunos, al ser confrontados con la Palabra , cuando se les
presenta la demanda de Dios del arrepentimiento, la rechazan alegando que no
tienen de qué arrepentirse, especialmente aquellos que llevan una vida moral o
religiosa que les parece adecuada como para librarse del castigo del infierno y
merecer la gloria. El mensaje de Jesús al comenzar su ministerio fue:
"Arrepentíos, y creed al evangelio" (Marcos 1:15). Es el mismo
mensaje que hoy te damos aquí.
Otra demanda espiritual de Dios a los hombres para
que puedan entrar en el reino de los cielos es la humildad. "De cierto os
digo, si no os volvéis y os hacéis como los niños, de ningún modo entraréis en
el reino de los cielos" (Mateo 18:3). Lejos de ser humildes, la
soberbia es una de las características más evidentes y repugnantes de los
humanos.
Un retrato escrito del carácter y la conducta de los
hombres de este tiempo son las palabras de advertencia del apóstol Pablo a
Timoteo, en 2 Timoteo 3:1-5: "Y debes saber esto: que en los últimos días
vendrán tiempos difíciles. Porque habrá hombres amadores de sí mismos,
avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres,
ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores,
intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos,
infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de
piedad, pero negarán la eficacia de ella, a éstos también evita".
Además de humildad, Dios demanda del hombre justicia
interior. Jesús le dijo a sus discípulos: "Porque os digo que si vuestra
justicia no supera a la de los escribas y fariseos, de ningún modo entraréis en
el reino de Dios" (Mateo 5:20). Esto, como vemos, fué dicho por el
Señor a sus discípulos para conscientizarles de que necesitaban una justicia
interior superior a la propia de la cual los escribas y fariseos se jactaban.
Pero, ¿cual es la condición humana, si se puede saber?
El apóstol Pablo, bajo inspiración del Espíritu
Santo, declara: "Como está escrito: No hay justo, ni aún uno; no hay
quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se
hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno"
(Romanos 3:10-12). Así pues, si creyeras a Dios, buscarías no apoyarte en
tu propia justicia, que es a base de la ley, sino en la que es por medio de la
fe de Cristo, la justicia que procede de Dios sobre la base de la fe.
Debo informarte que "ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de
Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él"
(Romanos 3:21,22).
Asi vemos que, según las demandas espirituales de
Dios, al hombre le es necesario poseer fe personal en Cristo, ya que la falta
de fe en Cristo -lo mismo que la falta de arrepentimiento- es causa de
muerte. Nuestro Señor decía a los judíos: "Vosotros sois de
abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.
Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no créis que
yo soy, moriréis en vuestros pecados" (Juan 8:23,24).
Dios llama, en su gracia, a los hombres a recibir el
alimento espiritual que le es necesario. "A todos los sedientos:
Venid a las aguas; y a los que no tienen dinero: Venid, comprad y comed.
Si, venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué
gastáis vuestro dinero en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no
sacia? Oidme atentamente, y comed de lo bueno, y se deleitará vuestra
alma con lo más sustancioso" (Isaías 55:1,2). Y en Juan 6:53, 54
leemos: "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no
coméis la carne del hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en
vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo
le resucitaré en el último día".
Las demandas espirituales de Dios al hombre están por
encima de su actual capacidad a causa de su condición no regenerada. Por esa
razón, sin importar que el hombre particular sea líder religioso o que,
incluso, admire las obras de Jesús como las de un profeta enviado por Dios, si
ha de hacer las obras de Dios, tal persona necesita nacer de nuevo. Tal
fue la respuesta de Jesús a Nicodeno, hombre importante entre los judíos:
"De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de nuevo, no puede ver
el reino de Dios…De cierto, de cierto te digo, que el que no nace de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios" (Juan.3:5,7).
¿Comprendes, por fín, la necesidad del evangelio?
Te mantendrás fuera del reino de Dios mientras
rechazes el evangelio. Mientras lo rechazas no podrás agradar a Dios
según sus términos por más que te esfuerces en la practica religiosa que has
elegido: "Y sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario
que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le
buscan" (Hebreos 11:6).
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