«¡Cristo ha resucitado!» He aquí el grito de victoria que el evangelio ha extendido por todas las tierras del mundo, pues el mensajes de la cruz es al mismo tiempo el mensaje de la resurrección, siendo esto lo que hace invencible la buena nueva (Hch. 1.22; 2.32).
No sería posible concebir el
retorno del Redentor al cielo sin que mediara la resurrección corporal, pues si
hubiese vuelto a la gloria del Padre en su naturaleza espiritual inmediatamente
después de su muerte, todavía habría sido el Hijo de Dios, el Viviente. Antes
de su encarnación había existido eternamente en el cielo sin cuerpo humano,
siendo siempre Manantial y Príncipe de toda vida creada (Hch. 3.15; Jn. 1.4).
La continuidad de la existencia después de la muerte, y su ascensión al trono
celestial, no habría sido afectadas por la falta de la resurrección del cuerpo.
Sin embargo, tal resurrección corporal era el requisito imprescindible para la
consumación de la redención por las causas que hemos de considerar a continuación.
LA RESURRECCION
CORPORAL SIGNIFICA LA CUMPLIDA REALIZACION DE LA VICTORIA DEL REDENTOR SOBRE LA
MUERTE
Si Cristo hubiera regresado al cielo sin la
resurrección corporal, no habría desplegado toda la extensión de su obra como
vencedor absoluto de la muerte (Sal. 16.10). Habrían triunfado espiritual y
moralmente sobre ella, pero no habría manifestado su victoria, como soberano,
sobre la muerte física, ya que la personalidad humana está constituida de
espíritu, alma y cuerpo, y un triunfo que hubiera alcanzado tan sólo a los dos
primeros elementos, quedando fuera del cuerpo, habría sido parcial, de «dos
terceras partes» por decirlo así, y no total.
Pero aún hay más, porque aparte de la
resurrección corporal, Cristo no habría podido ser en grado alguno el vencedor de la muerte, puesto que esta no
es la cesación de la existencia ni tampoco el aniquilamiento del ser, sino la
disolución de la personalidad humana por la rotura de los lazos entre espíritu,
alma y cuerpo. La conquista de la muerte ha de demostrarse pues en la
restauración de esta unidad por el restablecimiento del enlace orgánico entre
el espíritu, alma y cuerpo, cosa que sería imposible aparte de la reunión del
cuerpo con el alma y el espíritu. No
podría haber ninguna clase del triunfo sobre la muerte ha sido vencida.
Habríamos tenido que llegar a la conclusión lógica aun si no tuviéramos el
testimonio que los cuatro evangelio nos dan en cuanto a la tumba vacía del
Señor (1 Co. 15.54-57; Mt. 28; Mr. 16; Lc. 24; Jn. 20).
LA RESURRECCION
CORPORAL DEL SEÑOR ES LA BASE DE LA FE DE LOS REDIMIDOS
«La fe viene por el oír, y el oír por la
palabra de Dios» dice Pablo en Romanos 10.14-17, con obvia referencia a la fe
de los creyentes en el primer período de la historia de la Iglesia. El individuo
sólo puede creer gracias al testimonio de quienes creían antes que él, y esta
cadena no tendría existencia alguna parte de la fe de la primera generación de
creyentes (Ef. 2.20). Pero los testigos escogidos por el Señor perdieron su fe
al ver la muerte de Cristo en la cruz (Jn. 20.19, 25; Lc. 24.21, 22; Mr. 16.14)
y no pudo restablecerse su confianza aparte de las evidencias de la
resurrección corporal del Señor a través de las manifestaciones del Resucitado
(Jn. 20.8, 20; 1 Pe. 1.21). Sin la resurrección corporal de Cristo ningún
hombre razonable habría creído jamás en el Crucificado porque su fin habría
constituido la negación de sus propias predicciones anteriores que señalaban su
resurrección y su triunfo (Mt. 16.21; 17.23; 20.19; cp. Mt. 12.40 y Jn. 2.19).
La
resurrección del Señor viene a ser, pues, el sello por el cual el Padre
garantiza la persona y la obra del Cristo, quien, por este hecho, se demuestra
ser el Profeta y el Hijo de Dios (Hch. 2.23; Ro. 1.4).
La resurrección
del Señor como sello
— Es el sello del testimonio de los profetas
que predijeron el hecho (Sal. 16.10; Os. 6.2; Is. 53.8-10; cp. «la señal de Jonás» en Mt. 12.39).
— Es el sello
sobre el testimonio que Jesús dio en cuanto a sí mismo (Mt. 16.21; Jn.
2.19-22).
— Es el sello sobre el testimonio de los
apóstoles (1 Co. 15.15).
— Es el sello que garantiza que Jesús es el
Hijo de Dios (Ro. 1.4; Hch. 13.33).
— Es el sello que afirma que Jesús es Rey
(Hch. 13.34)
— Es el sello que refrenda la plena
autoridad de Jesús como Juez universal (Hch. 17.31).
— Es el sello que garantiza la resurrección
y la gloria del creyente (1 Ts. 4.14).
Tengamos en cuenta que la resurrección del
Señor es el hecho más firme y mejor atestiguado de toda la historia de la
salvación. Leamos el capítulo 15 de 1 Corintios —carta reconocida como
genuinamente paulina aun por los críticos más radicales— y veremos que Pablo
pudo apelar al testimonio de centenares de testigos oculares que aún vivían
cuando El presentaba el hecho delante de sus lectores, siendo algunos de estos
opuestos a la doctrina, y por lo tanto, difíciles de convencer sin testimonios
adecuados (1 Co. 15.6).
Las pruebas de la resurrección del Señor
1. La prueba de la experiencia. Los mismos cristianos de Corinto habían sido
salvos por medio del mensaje que tenía por centro el Resucitado de entre los
muertos (1 Co. 15.1, 2).
2. La prueba escritural. No sólo había muerto Cristo, sino también
había sido levantado «según las Escrituras» (1 Co. 15.3-4).
3. La prueba testificativa. Más de 500 personas, en circunstancias que se
presentaban muy poco a ilusiones, le habían visto personalmente después de su
resurrección (1 Co. 15.5-12).
4. La prueba de la lógica de la
salvación. Pablo declara a los
corintios: «Y si Cristo no resucitó, vana es entonces nuestra predicación, vana
es también vuestra fe, y aquellos que durmieron en Cristo está perdidos y los
más miserables somos de todos los hombres» (1 Co. 15.13-19). La cruz y la
resurrección están íntimamente unidas, pues el Crucificado muere para volver a
tomar su vida, mientras que el Resucitado se presenta eternamente como el
Crucificado (Jn. 10.17; 1 Co. 2.2; Ap. 5.6). Según 1 Corintios 2.2 Pablo
predicaba a Cristo como Crucificado, donde el participio pasado en el griego
expresa la permanencia del estado indicado. Es decir, Cristo, el Resucitado, se
ve para siempre en su relación con la cruz. Análogamente Tomás Dídimo contempla
al Resucitado con las heridas del Calvario en su cuerpo y Juan recibe la visión
del Señor como el «Cordero inmolado» (Jn. 20.27; Ap. 5.6).
Los inspirados autores del Nuevo Testamento
siempre hablan de los benditos resultados de la obra de la redención en
relación con el doble hecho de la muerte y la resurrección del Señor según los
aspectos que notamos a continuación.
La muerte y la
resurrección de Cristo conjuntamente son la base de:
— La reconciliación con Dios de aquellos que
antes eran enemigos (Ro. 5.10).
— La liberación del dominio del pecado en la
vida del creyente (Ro. 6.10, 11).
— El señorío de Cristo (Ro. 14.9).
— La obra intercesora de Cristo a la diestra
del Padre (Ro. 8.34).
— La unión venidera del Señor con los suyos
(1 Ts. 4.14ss).
— Una manifestación especial del amor de su
Padre celestial para con el Hijo (Jn. 10.17).
LA RESURRECCION DE CRISTO ES LA BASE DE LA NUEVA DE LOS CREYENTES
La ofrenda por el pecado que Cristo realizó
no puede beneficiar al pecado culpable sino por su fe en aquel que cumple el
simbolismo de la serpiente de metal «levantada», o sea, en el Cordero de Dios
que lleva y quita el pecado del mundo (Jn. 3.4; 1.29). Pero tal fe sería
imposible aparte de la resurrección, siendo esta el triunfo que manifiesta
públicamente la victoria del Gólgota. Por eso dice el apóstol Pablo: «Si
confesares con tu boca a Jesús como Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, serás salvo»
(Ro. 10.9).
La salvación que se consiguió a nuestro
favor en la cruz sólo puede ponerse a nuestra disposición por medio del
Mediador levantado y exaltado, y sólo a través del Cordero manifestado en
gloria se abren las puertas de la gracia para todos. Dios pudo enviar el
Espíritu de su Hijo a nuestros corazones solamente porque habíamos recibido el
perdón de los pecados por la fe, siendo hechos justos gracias al juicio que
nuestro sustituto agotó por nosotros en la cruz (Gá. 4.6). La muerte expiatoria
del Hijo de Dios es la base de la recepción del Espíritu, y de nuestra
reconciliación con Dios. A su vez la presencia del Divino Residente produce
bendito fruto en nuestra unión orgánica con Cristo, que es la comunión de los
redimidos en la muerte y la vida de resurrección del Salvador, quienes, según
el simbolismo surge del tipo del Antiguo Testamento por el cual los sacerdotes
y adoradores comían ciertas partes de los sacrificios. Podemos resumir todo lo
que antecede con decir que el Cristo que se ofreció por nosotros llega a ser
«Cristo en nosotros la esperanza de la gloria» (Ro. 6.5; Gá. 2.19, 20; Col.
3.3; Jn. 6.32-35; 6.48-58; Lv. 7.32-34; 1 Co. 5.7; 10.16; He. 13.10; Col.1.27).
Es evidente que la doctrina bíblica de la
sustitución encierra más que un mero proceso intelectual de «sumar y restar», o
de abonar en cuenta méritos o culpabilidad, revelándose más bien como un
principio completamente nuevo de unión orgánica vital, en la que hay una
intercompenetración de la vida de resurrección de su Señor, divina y persona,
con la del creyente.
Cristo sólo puede otorgar los dones en sí
mismo, y de esta manera llega a ser realmente el Dador (2 Co. 9.15). Así no
sólo prepara y señala el camino, sino que El es el Camino en su persona, y no
sólo es el Propiciador, sino la misma sustancia de la propiciación, de la
manera en que, siendo Redentor nos ha sido hecho redención (Jn. 14.6; 1 Jn.
2.2; 4.10; 1 Co. 1.30). En todos los casos la mención del aspecto abstracto e
impersonal de una faceta de la obra de salvación nos lleva invariablemente a la
persona quien encarna todos estos aspectos en sí mismo. La fe en Cristo, por lo
tanto, no es un mero asentimiento intelectual, sino una confianza absoluta y total
que nos une personalmente con el Salvador, y al mismo tiempo nos introduce a la
intimidad de la comunión con El, como indica la frase griega pisteuein eis en Hechos 10.43; Filipenses 1.29; 1 Pedro
1.8, etcétera.
Para Pablo —juntamente con todos los redimidos—
la frase «en Cristo» ha llegado a ser el lema que describe el origen y la
esencia de su experiencia de la salvación. Pablo emplea esta frase 164 veces,
explayándose sobre diferentes y característicos aspectos de este bendito
secreto vivificador en todas las epístolas suyas.
— En Romanos presenta la justificación en Cristo.
— En Corintios presenta la
santificación en Cristo.
— En Gálatas presenta la libertad en Cristo.
— En Efesios presenta nuestra unión en Cristo.
— En Filipenses presenta el gozo en Cristo.
— En Colosenses presenta la plenitud de
Dios en Cristo.
— En Tesalonicenses presenta la
glorificación en Cristo.
Es necesario tener muy en cuenta que el
sacrificio propiciatorio de Cristo sólo puede beneficiar al pecador culpable,
dejando incólume la justicia de Dios, si se halla unido con el Redentor Santo
por medio del nuevo nacimiento. Pero esta unión orgánica sólo puede existir en
el conjunto de Cabeza y miembros que tienen la misma naturaleza, y eso implica
que Cristo permanecerá siempre como hombre, ya que sólo así puede ser la Cabeza
de un organismo humano (He. 2.14-17).
Recordemos que el cuerpo forma parte de la
naturaleza intrínseca del hombre, siendo necesario en el concepto básico de la
humanidad, así que no hemos de considerarlo como la cárcel del alma a la manera
de Platón, Aristóteles y Orígenes. En contraste con esto, Pablo considera que
el alma del hombre sin el cuerpo se halla desnuda (2 Co. 5.3). Deducimos, pues,
que si Cristo ha de retener su humanidad, es necesario también que retenga su
cuerpo humanos, pues sin la resurrección corporal habría salido, por decirlo
así, del orden humano, no pudiendo consumar la obra de la redención que inició
al encarnarse (He. 2.14).
La resurrección corporal significa que el
Redentor había vuelto a tomar la plenitud de la naturaleza humana,
inmortalizándola, transfigurándola y glorificándola en su propia persona,
llegando a ser el «postrer Adán» y el «segundo hombre del cielo». Como tal, y
exaltado a la diestra de Dios, es el principio creador y la Cabeza orgánica de
la humanidad redimida y espiritual (Ro. 5.12-21; 1 Co. 15.25-47; Hch. 1.11; Dn.
7.13; Ap. 1.13; Flp. 3.21; Ef. 1.22).
Reconocemos que estas verdades sobrepasan
nuestra plena comprensión, y nos es difícil formar una idea de cómo el
Redentor, aun después de su exaltación a la gloria, puede permanecer como
hombre, manifestándose en la forma de un cuerpo transfigurado. Recordamos su
promesa de estar con los suyos «todos los días», y sobre todo el hecho de su
naturaleza esencial como segunda persona de la Deidad, y nuestro pobre
pensamiento no puede abarcar el misterio de estas diversas relaciones y
manifestaciones. Pero en todo ello nos asomamos al abismo de lo eterno, y hemos
de emplear los términos bíblicos de los material y de lo corporal, pero
comprendemos bien que cuando se refieren a la esfera eterna a donde Cristo ha
pasado, se revisten de un significado especial más allá de nuestra comprensión
actual.
Lo importante es que las Sagradas Escrituras
enseñan claramente esta eterna humanidad del Redentor, y es este mismo hecho
que garantiza la consumación y la permanencia de su obra, su victoria sobre la
muerte ha de abarcar necesariamente la continuidad eterna de su humanidad,
puesto que sólo como el «primogénito entre muchos hermanos» puede ser «causa de
eterna salvación» (Ro. 8.29; He. 2.10; 5.9; 6.20; Col. 1.10ss). Es únicamente
por este medio que el individuo puede ser renovado, y que los redimidos pueden
tener su existencia «en Cristo», habiendo sido engendrados para una «esperanza
viva» y unidos a la Iglesia como miembros (1 Pe. 1.3; Ef. 4.15, 16). En virtud
del gran hecho que consideramos, los salvos pueden experimentar aun ahora la
«potencia de su resurrección» y andar en novedad de vida como resucitados con
El, ya que les ha sido dada «vida juntamente con Cristo» y pueden servirle como
Dios vivo con eficacia vital (Flp. 3.10; Ro. 6.5-11; Ef. 2.5; He. 9.14; Ro.
7.4-6).
Hemos de distinguir dos aspectos de la
resurrección del Crucificado. En primer término, se señala la obra del Padre
quien le levantó de entre los muertos a su hijo, sellando la obra y aprobando
su persona después de la consumación de la obra de la redención. La expresión
típica de este aspecto se halla en Romanos 6.4: «Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre» (véase también Hch. 2.32). Pero además de esta obra
del Padre y como elemento indispensable del misterio, se señala la obra como la
del Hijo mismo en el ejercicio de su propia voluntad y poder según su
declaración en Juan 10.17, 18: «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi
vida, para volverla a tomar… Tengo poder para ponerla, y tengo poder para
volverla a tomar» (véase también Jn. 2.19).
LA RESURRECCION DE CRISTO ES LA BASE
DE LA TRANSFORMACION DEL MUNDO
Del hecho central de la resurrección se
extienden olas de bendición en círculos progresivos, garantizando en cuanto a:
— La vida del individuo, que llegue este a
la resurrección del cuerpo.
—
La historia de la tierra, que aparezca el reino de gloria.
—
La esfera del universo, que sea transfigurada en una nueva creación.
La resurrección del cuerpo
La resurrección
de los cuerpos de los creyentes será posible solamente por el hecho de la
resurrección del Señor Jesús que era la transformación de su humanidad,
llegando El a ser «las primicias de los que duermen» (1 Co. 15.20, 23; Col.
1.18). Que el camino está expedito par la resurrección de los redimidos se
indicó por el levantamiento de muchos de los santos del antiguo régimen cuando
El resucitó (Mt. 27.52, 53). Esta resurrección de «las primicias» es la base de
otra resurrección, y así su triunfo sobre la muerte garantiza la nuestra, y su
cuerpo de gloria es el patrón y muestra de lo que serán nuestros cuerpos
futuros (Jn. 5.26-29; Ro. 8.11; 1 Ts. 4.14; Flp. 3.21; 1 Co. 15.49).
Aun la resurrección de juicio se efectuará
por medio del Hijo, por el hecho mismo de ser el Hijo del Hombre, de modo que
toda resurrección, tanto de los
creyentes como de los incrédulos, queda garantizada por la resurrección del
postrer Adán, según la declaración del 1 Corintios 15.21, 22: «Porque por
cuanto la muerte entró por un hombre, también por un hombre la resurrección de
los muertos. Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados» (cp. Jn. 5.26-29).
El reino milenial
Este reino se
ha de fundar sólida y exclusivamente en el hecho de la resurrección del Señor
Jesús puesto que la promesa que Dios dio a David garantizó un reino humano
transfigurado y eterno (2 Sa. 7.13). Para que ello sea posible, se requiere un
Rey humano y eterno, quien en efecto será el Hijo del Hombre manifestado en las
nubes del cielo (Dn. 7.13; Mt. 26.64; Ap. 1.13). En principio el cumplimiento
de la profecía del reino dado a David se halla en la permanencia de la
humanidad de Cristo en resurrección, que es el fundamento de la «regeneración»
del mundo mesiánico, de modo que la inauguración del reino que se producirá a
la segunda venida de Cristo no será más que la manifestación histórica del
cumplimiento en principio que se realizó en la primera venida (Mt. 19.28).
En vista de esta verdad Pablo pudo decir a
los judíos: «Y en cuanto a que le levantó (a Jesús) de los muertos para nunca
más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de
David» (Hch. 13.34; cp. Is. 55.3; Hch. 2.30, 31). Según múltiples profecías las
energías vitales del Resucitado han de llenar toda la tierra, y el reino
visible del Mesías significará la regeneración y una vida transformada para
toda la creación terrenal. Entonces ser verá la resurrección espiritual de
Israel, la regeneración espiritual de las naciones, la eliminación del poder
destructivo de las fieras y un aumento de las energías vitales y de la
longevidad de los hombre (Ez. 37.1-4; Sal. 87.4-6; Is. 25.7, 8; 19.21-25;
41.18; 55.12, 13; 11.6, 7; 65.20, 22).
Cielos nuevos y tierra nueva
Aun el reino
milenial no es más que la introducción y preludio de la meta final: nuevos
cielos y una tierra nueva (Ap. 21.1; cp. 20.11-15). La nueva creación traerá la
transfiguración, no sólo del alma y del espíritu, sino también de la materia y
de la naturaleza, de la forma en que, en la Jerusalén celestial, el oro será
«transparente como cristal». La meta que dios propone para sus criaturas no es
un estado simplemente espiritual sino una creación en que el espíritu será
manifestado en formas adecuadas a su naturaleza (Ap. 21.18-21).
Pero la base creadora de la nueva creación
es también la resurrección del heredero de todas las cosas, y en su cuerpo de
resurrección la materia fue transfigurada por primera vez: hecho en la historia
que garantiza la realidad futura (Jn. 20.27; cp. Lc. 24.39-43). En este aspecto
también vemos que Cristo es «las primicias», y desde el momento de su triunfo
sobre la muerte, toda transfiguración del cielo y de la tierra descansa sobre la
resurrección del cuerpo del Redentor. Después del juicio del gran trono blanco
la actividad vital del Resucitado será desplegada por todo el universo, y se
manifestará el significado más amplio de la resurrección según se resume en la
declaración profética: «He aquí, yo crearé nuevos cielos y nueva tierra» (Is.
65.17; 2 Pe. 3.13).
(usando algunos parrafos del Libro de Erich Sauer)*
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